martes, 26 de agosto de 2008

NANSEN MATA UN GATO.


En la época Tang vivía en el monte Nan Chuan un famoso sacerdote: Pu Yuan, llamada también Nan Chuan (Nansen en japonés) por el nombre de la montaña. Un día que todos los monjes habían ido a segar al monte, un pequeño gato hizo su aparición en el desierto y tranquilo templo.

Fue un acontecimiento. Todo el mundo corría detrás del gato. Lo atraparon. Pero luego hubo una disputa entre los monjes de los edificios Este y Oeste: se trataba de saber quién se quedaría con el gatito para cuidarlo. Visto lo cual, el Padre Nansen cogió al gato por la piel del cuello, apoyó la hoz en su garganta y dijo: “Si alguno de vosotros puede pronunciar la palabra, el gato está salvado; si no, morirá”. Nadie pudo responder y el Padre Nansen mató al animal en el acto.

A la noche llegó Choshu, el primero de los discípulos. El Prior le contó lo ocurrido y le preguntó qué pensaba de ello. Choshu, sin pensárselo un segundo, se quitó las sandalias, se las puso sobre la cabeza y se fue.

El Padre Nansen se deshizo en lamentaciones:”!Ah, sólo con que hoy hubieras estado tú aquí! !El gatito se hubiera salvado…….!”.

Mantando al gato, el Padre Nansen había tronchado las ilusiones del Yo, habia cortado de raíz todos los pensamientos malignos y las peligrosas quimeras. Por la práctica de la impasibilidad, había segado la cabeza del gato y al mismo tiempo suprimido toda contradicción, toda oposición, todo desacuerdo entre el Yo y el Otro. Si este acto es llamado la “Cuchilla-que-mata”, el acto de Choshu, por el contrario, recibía el nombre de la “Espada-que-da-vida”; puesto que aceptando poner sobre su cabeza, con una infinita generosidad, una cosa tan mancillada como unas sandalias, había puesto en práctica la santidad budista.

¿Quieres hablar de “Nansen mata un gato”?. Es un problema que al hombre se le presenta muchas veces durante su vida, pero siempre bajo un aspecto distinto. ¡Y es un cochino problema! En cada revuelta de la existencia, allí está, siempre el mismo, y sin embargo, con un aspecto, un sentido diferente. Este gato, debes admitirlo, no era un gato ordinario: hermoso, en efecto, no había otro como él, ¿no es eso? Unos ojos de oro.. Un pelaje lustroso.. Toda la Belleza, toda la delicia del mundo, como bajo un resorte presto a dejarlas saltar a la vez, escondidas en ese pequeño y elástico cuerpo… Un bloque de belleza: he aquí lo que la mayoría de exégetas no han sabido ver. Excepto yo. Porque nuestro gato saltó de la maleza repentinamente. Las pupilas de sus ojos son dulces y tiene un brillo astuto; se deja coger; exactamente como si lo hubiera hecho adrede. Y eso es lo que provoca la querella entre los dos grupos de monjes. Porque, si bien la Belleza puede ofrecerse a cualquiera, ella no pertenece a nadie. La Belleza, ¿Cómo decirlo?, si… es como una muela cariada, que nos roza la lengua, nos la agarra, nos hace daño que yergue su existencia como un alfiles. Finalmente, no podemos y más con el dolor y el dentista nos la arranca. Entonces, al contemplara en el hueco de nuestra mano aquella pequeña cosa marrón, sucia, sanguinolente, uno se dice más o menos:”¿Es esto? ¿Es esto lo que me hacia tanto daño, lo que no cesaba de recordarme su existencia de un modo tan desagradable, lo que me clavaba raíces tan tenaces? ¡No es más que materia muerta! Pero esta cosa y la de hace un instante, ¿son realmente una misma cosa? Si ésta, al principio formaba parte de mi envoltura exterior, ¿cómo, por qué conexión, ligándose a mi yo interno, pudo convertirse para mí en una fuente de dolor? ¿Sobre qué base reposaba? Y esta base, ¿existía en mí? ¿O bien existía en este objeto? Sea lo que fuere, lo que me han arrancado de las encías y lo que yace en el hueco de mi mano son dos cosas totalmente diferentes. De una manera positiva, ESTO ya no es AQUELLO” . Y bien, ¿tú ves?, con la Belleza ocurre lo mismo. Matar al gato significaba arrancar la muela que causaba dolor, extirpar la Belleza de raíz. ¿Quedaba resuelto el problema? Yo no lo sé. Las raíces de lo Bello, a pesar de todo, no habían sido cortadas, se mató a la bestia, pero no, tal vez, su belleza. Y es para burlarse de esta solución demasiado cómoda que Choshu se pone las sandalias sobre la cabeza. Él sabía, por así decirlo, que no hay otra solución sino soportar el dolor de muelas.

El Pabellón de Oro. Yukio Mishima.